Cómo hago las tinturas madre del bosque

una alquimia lenta, sensorial y viva
Todo empezó por curiosidad. Por esas ganas de entender qué tienen los árboles, las hojas, las flores, que pueden conmovernos tanto. Me di cuenta de que el bosque no solo se habita: también se puede destilar. Se puede invitar a entrar en casa, en el cuerpo, en los rituales cotidianos. Así empecé a hacer tinturas madre.
Recolecto solo lo que el bosque me regala. Nada que esté muriendo, nada que arranque su raíz. Hojas caídas, cortezas sueltas, pétalos frescos, ramas de eucaliptus, lavanda silvestre, flores de estación. Lo primero es la caminata: una búsqueda intuitiva, una forma de conectar.
Después viene la alquimia. Selecciono lo recolectado y lo coloco en frascos de vidrio, donde lo cubro con alcohol de cereal. La proporción, el tiempo, el reposo… todo es artesanal. No hay máquinas ni fórmulas industriales. Solo el paso del tiempo, el calor suave del sol, la paciencia de dejar que el bosque suelte su esencia.
Las dejo macerar entre tres semanas y dos meses. Agito los frascos cada tanto, observo los colores cambiar, el líquido volverse más profundo, más denso, más aromático. Es un proceso vivo. Cada tintura es única: cambia según la luna, la estación, el día en que se recolectó.
Cuando están listas, las filtro y las guardo como pequeños tesoros. De ahí salen las bases para mis fragancias, para las brumas, para los aceites de masaje. Es la forma más pura y orgánica que encontré de capturar el alma del bosque. No son perfumes: son memorias vegetales.
Y me encanta compartirlas, porque sé que cada frasco guarda un instante real de conexión. No es solo aroma: es presencia. Es una invitación a llevar el bosque con vos, donde sea que estés.